sábado, 2 de febrero de 2013

FEBRERO 2. VIRGEN DE LA CANDELARIA.

La fiesta de la Candelaria o de la Luz tuvo su origen en el Oriente con el nombre del "Encuentro", posteriormente se extendió al Occidente en el siglo VI, llegando a celebrarse en Roma con un carácter penitencial.3

Su fiesta se celebra, según el calendario o santoral católico, el 2 de febrero en recuerdo al pasaje bíblico de la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén (Lc 2;22-39) y la purificación de la Virgen María después del parto, para cumplir la prescripción de la Ley del Antiguo Testamento (Lev 12;1-8).


 VIRGEN MARÍA DE CANDELARIA. Contigo elevo a Dios, omnipotente y misericordioso, un himno de alabanza y agradecimiento, un himno de gozo y alegría, pues grandes cosas ha obrado el Señor por medio tuyo, clemente y piadosa Virgen María, a favor de nuestro pueblo canario.

VIRGEN MARÍA DE CANDELARIA, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, confiado en tu protección, te encomiendo nuestra Iglesia Diocesana de San Cristóbal de La Laguna, que peregrina en Tenerife, La Palma, La Gomera y el Hierro.

Reina de los Apóstoles, tu que estuviste junto a los Apóstoles de tu Hijo y cuidaste de ellos; ahora que he sido constituido sucesor de los apóstoles, y que comienzo la misión apostólica como obispo de la Iglesia de Cristo, asísteme y protégeme, a mi y a todos los sacerdotes que conmigo forman el presbiterio diocesano, y a todos los religiosos, religiosas y seglares que trabajan en tantos y tan variados campos de nuestra Iglesia Diocesana.

Tú, que por tu mismo divino Hijo, en el momento de su muerte redentora, fuiste presentada como Madre al discípulo predilecto, acuérdate del pueblo cristiano que en ti confía y que te invoca asiduamente. Acuérdate de todos tus hijos: avala sus preces ante Dios, conserva sólida su fe, fortifica su esperanza, aumenta su caridad.

Acuérdate, especialmente, de aquellos que viven en la tribulación y el sufrimiento, de los que padecen hambre o cualquier otra necesidad fundamental para vivir dignamente, de los que padecen enfermedad, de los que no tienen trabajo, de los emigrantes, sobre todos lo que viven entre nosotros, de los que son perseguidos por su fe, de los que están en las cárceles… para todos ellos Virgen Piadosa y Clemente solicita el don de la fortaleza para sobrellevar su cruz y acelera con tu intercesión el ansiado día en que puedan verse libres de todo mal.

Y, a todos, Virgen Santísima, concédenos un corazón sensible para que no seamos indiferentes, ni pasemos de largo, ante el sufrimiento de los demás, sino que, como el Buen Samaritano, tendamos nuestras manos y seamos siempre médico para los enfermos, pan para los hambrientos, agua para los sedientos, compañía para los que están solos, abrigo para los que tienen frío… en fin ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido.

¡Ave María Purísima! ¡Sin pecado concebida! Tú que eres templo de luz sin sombra y sin mancha, intercede ante tu Hijo, mediador de nuestra reconciliación con el Padre, para que sea misericordioso con nuestras faltas y debilidades, para que nos conceda la gracia de un sincero arrepentimiento de nuestros pecados y la firme voluntad de guardar sus mandamientos; que aleje de nosotros la desidia y la apatía, dando a nuestras almas la alegría de amar.

VIRGEN MARÍA, a ti, que eres “Madre del Buen Consejo”, te pido que intercedas por mí, ante tu hijo, el “Consejero Admirable”, para que a lo largo del ministerio episcopal que acabo de comenzar, no deje de asistirme con el don del Espíritu Santo, especialmente con el “Espíritu de Consejo”, para que, libre de la precipitación, del error y de la presunción, me haga conocer lo que agrada a Dios y me guíe en mis decisiones y tareas al servicio de esta Iglesia Diocesana.

Finalmente, encomiendo a tu Corazón Inmaculado, ¡oh! Virgen Gloriosa y Bendita, a todos los hombres y mujeres del mundo: con tu amor materno condúcelos al conocimiento del único y verdadero salvador, Cristo Jesús; líbranos a todos de la esclavitud del pecado, concede a todo el mundo la paz en la verdad, en la justicia, en la libertad y en el amor.

Con las mismas palabras que me enseñó mi madre desde pequeño: “A ti, celestial Princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día, alma vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes madre mía”.

AMÉN

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