domingo, 13 de enero de 2008

::: ORACIONES :::


CUANDO EL ALMA SE AGITA EN EL TEMOR

“¡Oh Virgen, digna de la veneración del mundo, Madre digna de ser amada del género humano, mujer digna de la admiración de los ángeles! ¡Oh María Santísima, cuya bienaventurada virginidad consagra toda castidad, cuyo parto glorioso salva toda fecundidad! ¡Oh gran Señora, a la que da gracias la alegre asamblea de los justos y junto a la cual se refugia la muchedumbre aterrorizada de los culpables! hacia ti yo pecador, muy pecador por desgracia, corro buscando refugio”. “Es tal temor y el espanto que siento, ¡Oh Señora muy clemente!, que imploro más ardientemente que nunca tu intervención, ya que tú has alimentado en tu seno a aquel que reconcilió el mundo. ¿De dónde esperar con más seguridad un socorro rápido en mis necesidades, más que de ahí de donde ha venido el sacrificio propiciatorio que salvó al mundo? ¿Qué intercesión podrá obtener más fácilmente el perdón de los culpables, como la vuestra?”. “Oh Virgen, de quién ha nacido el Dios hombre para salvar al hombre pecador!, he aquí un hombre, hele aquí en presencia de tu buen Hijo, en presencia de tu buena madre; este pecador se arrepiente, gime e implora. Os conjuro, pues, buen Maestro y buena Señora, tierno Hijo y tierna Madre, os conjuro por esta verdad misma, por esta esperanza muy especial de los pecadores; así como tú eres verdaderamente su hijo y tú verdaderamente su Madre, a fin de salvar al pecador, haced que el pecador, que soy yo, sea absuelto y curado, curado y salvado”.

SÚPLICA A MARÍA


“Ahora me llego a Ti, la única Virgen y Madre de Dios; caigo de rodillas ante Ti, me humillo ante Ti; te suplico que sean borrados mis pecados, que hagas que yo ame la gloria de tu virginidad, que me otorgues también consagrarme a Dios y a Ti: ser esclavo de tu Hijo y tuyo y servir a tu Señor y a Ti. A Jesús como a mi Hacedor, a ti, María, como a Madre de nuestro Hacedor; a él como Señor de las virtudes, a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a él como a Dios, a ti como a Madre de Dios, a él como a mi Redentor, a ti como a obra de mi redención. Porque lo que ha obrado en mi redención, lo ha formado en la verdad de tu persona. El que fue hecho mi Redentor fue hecho Hijo tuyo. El que fue precio de mi rescate tomó de tu carne su cuerpo mortal, con el cual suprimirá mi muerte; sacó un cuerpo mortal de tu cuerpo mortal, con el cual borrará mis pecados que cargó sobre sí; tomó de ti un cuerpo sin pecado; tomó de la verdad de tu humilde cuerpo mi naturaleza, que él mismo colocó en la gloria de la mansión celestial sobre los ángeles como mi predecesora a tu reino. Por eso yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso tú eres mi señora, porque eres esclava de mi Señor. Por eso yo he sido hecho esclavo, porque tu has sido hecha Madre de mi Hacedor. Te suplico, Virgen Santa, que yo reciba a Jesús de aquel Espíritu de quien tu engendraste a Jesús; que mi alma reciba a Jesús con aquel Espíritu por el cual tu carne recibió al mismo Jesús. Por aquel espíritu que me sea posible conocer a Jesús, por quien te fue posible a ti conocer, concebir y dar a luz a Jesús. Que exprese conceptos humildes y elevados a Jesús en aquel espíritu en quien confiesa que tú eres la esclava del Señor, deseando que se haga en ti según la palabra del ángel. Que ame a Jesús en aquel Espíritu en quién tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo. Que tema a este mismo Jesús tan verdaderamente como verdaderamente él mismo, siendo Dios, es obediente a sus padres”.

El contenido de esta entrada pertenece al libro, Reina, Señora y Madre, de Santiago Vanega Cáceres y con permiso expreso para ser publicado en este sitio.

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